ESTACIÓN MARÍA ZAMBRANO, 3
Amor mío
Antonia buena chica ingresó ya
cadáver,
Carmen muy educada vaqueros
blusa beis
y Raquel silenciosa es el amor.
Amor de amoratarse amor que es
amoldar
y amancillar.
Amor de amenazar amor de
amurallar
amor de amartillar
y de amasijo.
Amor de amortajar.
Rosa Lola María
Inés Luisa mi amor.
Compañero mi amigo
mi enemigo.
Rafael veinte años arma blanca
su novia en una calle,
José Pablo dos hijos divorciado
y Raúl empresario gran sonrisa
el amor.
Es el amor que amengua que
amuralla
que amortece y amarra.
Amor de amuñecar amor que es
amputar
amor de amilanar
y de ambulancia.
Amor de amordazar.
Manuel Félix Cristóbal
Jaime Isidro mi amor.
Mi señora mi dueña
mi rehén.
Amor mío mi amor.
El anillo no sabe no sabía.
El anillo.
El cuchillo.
Juana Castro
Del
prólogo de Vicente Luis Mora:
"La
poesía de Castro logra el desplazamiento metonímico
del sujeto lírico (término acuñado por Margerete Susman en La esencia de la lírica moderna alemana, 1910), de forma que se
logra una ficción “que tipifica el
individuo elevando lo singular a la potencia de lo general (el poeta), es
decir, lo universal (el hombre). Es así como el yo lírico se ensancha hasta
significar un amplio Nosotros inclusivo” (Combe 1999:146). Si sustituimos en
esa frase “hombre” por “mujer”, encontramos una perfecta definición del trabajo
de inclusión que opera la obra de Juana Castro, una poesía que va del yo al Nosotras.
Desde
las sacerdotisas de Delfos y la Scherezade de Las Mil y Una Noches, la mujer es la que ha tejido los cuentos
orales; quizá sea el
momento, además, de reescribirlos. El momento climático de este proceso se lleva
a cabo, como antes dejamos entrever, en Narcisia,
donde asistimos a la creación ficticia de una mujer con propiedades divinas,
quizá una réplica irónica del Übermensch nietzscheano;
un reverso especular del Superhombre creado como Supermujer, a la que se identifica con “el Mundo” (lo que nos hace
aproximarla a la Madre Naturaleza), para luego darle atributos superiores:
Cuando diosa la Altísima pasaba
por las calles henchidas de inmundicia y de lepra,
enfermos y lisiados le tendían las manos, suplicantes.
Era el aire hervidero de ruinas y llagas
y no había una brizna de verdor en la tierra.
Pero Ella pasaba.
Como jazmín pasaba, alba tersa y balsámica,
y a su paso los juncos y el agua florecían.
Bienaventurados los rotos, porque Ella
es lozana y blancura.
(“Agnus
Dea”)
Alguien
habló de misa negra para referirse a Oficio de tinieblas, 5, de Camilo José
Cela. Frente a esa negritud, la vinculación litúrgica
de la poesía de Castro, apreciada por todas las perspectivas críticas que
se han acercado a ella, unida a la pulsión carnal, sanguínea, del deseo
corporal nos hace ver la obra de la autora como una misa roja, de un rito de celebración de la sangre (femenina y
púber) como diferencia.
----
[…]
la opinión definitiva sobre esta obra la sentó la persona que dedicó su tesis
doctoral a su estudio, Encarna Garzón García, que sentó en la publicación de
una de sus partes, Temática y pensamiento
en la poesía de Juana Castro, la clave de todo: “el dolor es, a nuestro
entender, el tema más recurrente en la poesía de Juana Castro” (1996:127). Así
es, sin paliativos: el dolor lo recorre todo, está en el abandono de las
mujeres cóncavas, está hasta el hartazgo en el título y el contenido de Del dolor y las alas, está en ese amor
sucio de Paranoia de otoño, en la
caza amorosa y cruel de Arte de cetrería,
en el sacrificio de Narcisia, en el
recuerdo de Fisterra, en el
extrañamiento de El extranjero, en El color de los ríos, en el desgarro
olvidadizo de Los cuerpos oscuros.
Está salpicado prácticamente en todos los poemas de esta antología, de un modo
u otro, como signo o exorcismo de la existencia, como lema moral (sufrir por las demás), como humanismo último,
no intercambiable, definitivo. Gracias por ello, Juana."
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