sábado, 24 de octubre de 2015


DEL BAÚL DE POLIMNIA, 0


Una paradoja: en una agenda griega de 2014, un poema, "Lotofagia", que invitaba a desobedecer a las agendas, a desapuntar las tareas, a la desmemoria de lo inútil, al descarte de las irritantes medusas de la rutina, a arrojar por la borda los lastres que nos hunden. Suave desmemoriar, último vino.


                                   

                                          Lotofagia


                y el que de ellos comía el dulce
               fruto del loto ya no quería volver
              a informarnos ni regresar, sino que
               preferían quedarse allí con los Lotófagos
               arrancando loto, y olvidarse del regreso 
Odisea, canto IX


Tardamos tanto a veces
en entender un verso releído.
Homero puso tantas palabras en la orilla.
Podrías ser el loto que Odiseo
nunca llegó a probar: ser la misma sustancia.
De qué pueden, si no,
estar hechos los lotos. La botánica tiene
libros de magia negra, herbarios mitológicos,
raíces que sin duda se extienden bajo el mar.
Sus compañeros nunca lo contaron
y no narran tampoco los mitógrafos
las horas que preceden al olvido.
No se supo qué rito de ebriedades
llevó a la desmemoria,
qué locura quebró los mascarones
e hizo arrojar los remos a lo lejos:
cestas llenas de loto, regazos y manteles,
pétalos desbordados por la proa,
el polen prisionero de la piel,
su vendimia jugosa,
recolección de tallos y rocíos,
redes que sólo alzan lotos frescos y tóxicos,
las manos transparentes como copa solícita.
Una flor masticada como ungüento de olvido
o una piel como fábrica
de olvidar los regresos.

Tardan tanto los versos releídos
en encontrar el cuerpo que los narre.













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