sábado, 14 de noviembre de 2015

DEL BAÚL DE POLIMNIA, 2

París: “Bajo las ráfagas” y “La carne de las cosas”

En 1909 moría Renée Vivien, la poeta atormentada y sensual que repudió a su familia inglesa y abandonó su lengua de origen para vivir, amar y escribir libremente en el libre y vertiginoso París de finales del XIX. París es, entre otras muchas cosas, una summa de ejercicios de libertad, una enciclopedia inmensa de vidas apasionadamente volcadas en el arte. ¿Quiénes habrían sido Baudelaire, Picasso, Cortázar, Cocteau, Rimbaud sin París? Sin duda otros. Copio dos poemas de Renée Vivien, discípula tardía de Baudelaire. Uno, “Bajo las ráfagas”, suena extrañamente actual esta noche. El otro, “La carne de las cosas”, es una muestra de la sabiduría del cuerpo que alcanzan las literaturas que nacen al amparo de las ciudades refinadas, civilizadas y hedonistas.  Un brindis con kir royal (lo tomé en el restaurante Polidor en mi primer viaje, faltaría más) por la eterna Lutetia Parisiorum*. 




*De la existencia de la Place Renée Vivien supe por el poeta José María Álvarez, que vive a caballo entre París y Cartagena y me llamó emocionado cuando la descubrió por azar. Álvarez, sibarita ardentísimo, subrayó la potencia erótica y la belleza de poemas de Vivien como "La amazona" o "Victoria". Y fue esto, pienso, lo que  me llevó a situar este último texto en la contracubierta de mi traducción.

Bajo las ráfagas

De la noche caótica brota un grito de horror.
Venid, vamos errantes los tres bajo las ráfagas...

Nos lanzará el abismo sus llamadas oscuras.
Mas lo atravesaremos, eternos camaradas.

Nos espanta el relámpago, desolación nos trae
la noche. Viejo Lear, demente y errabunda

me arrastro como tú: familiares y amigos
me han repudiado alzando nauseabundas injurias.

Como tú, Dante, preso de un altivo dolor,
soy una desterrada cuyo pecho hinchó el odio.

A pesar de los truenos, los vientos y los fríos,
nadie me quiso abrir las puertas del convento.

Padre mío, rey loco, poeta, hermano mío,
mirad mi cabellera despeinada y mis ojos.

Las gentes en la aldea, al descubrirnos juntos,
irán a santiguarse con terror inconsciente.

A pesar de mi frente sin corona y sin cetro
a ti me igualo, Lear: el mundo te abandona.

A pesar de lo pobre de mi oscuro destino
y mis versos, a ti, Florentino, me igualo.

Escuchad ese trueno, su estallido de címbalos.
Hasta el alba erraremos los tres bajo las ráfagas.






La Carne de las Cosas

En mis dedos sutiles el sentido del mundo
habita,  pues mi tacto penetra como el verbo.
La armonía, el ensueño, el dolor más profundo
estremecen las yemas trémulas de mis dedos.

Entiendo, si las rozo, mejor las cosas bellas
y comparto, al tocarlas, su más intensa vida.
Sólo entonces comprendo lo que guardan en sí
más noble o delicado, o más afín al canto.

Pues mis dedos conocen la carne de la arcilla,
contornos femeninos en la carne del mármol
que la mano que sabe modelar magullara;
la carne de la perla y la del terciopelo.

Conocieron la vida secreta de las pieles,
vellón soberbio y cálido en que se hunden mis manos.
Supieron del aroma secreto del cabello
donde el aire nocturno deshojó sus jazmines.

Semejantes a aquellos que regresan del viaje,
mis dedos horizontes cruzaron infinitos,
dieron lumbre a los rostros mejor que mi mirada
y me profetizaron traiciones muy oscuras.

Conocieron la piel sutil de la mujer,
sus temblores más crueles, sus perfumes latentes.
¡Oh carne de las cosas! Creí estrechar, a veces,
un alma con el roce insistente de mis dedos...

Chair des Choses

Je possède, en mes doigts subtils, le sens du monde, / Car le toucher
pénètre ainsi que fait la voix, / L’harmonie et le songe et la douleur profonde
/ Frémissent longuement sur le bout de mes doigts.

Je comprends mieux, en les frôlant, les choses belles, / Je partage leur
vie intense en les touchant, / C’est alors que je sais ce qu’elles ont en elles /
De noble, de très doux et de pareil au chant.

Car mes doigts ont connu la chair des poteries / La chair lisse du marbre
aux féminins contours / Que la main qui les sait modeler a meurtries, /
Et celle de la perle et celle du velours.

 Ils ont connu la vie intime des fourrures, / Toison chaude et superbe
où je plonge les mains! / Et l’odorant secret des belles chevelures / Où la
brise du soir effeuilla des jasmins.

Semblables à ceux-là qui viennent des voyages, / Mes doigts ont parcouru
d’infinis horizons, / Ils ont éclairé, mieux que mes yeux, des visages
/ Et m’ont prophétisé d’obscures trahisons.

Ils ont connu la peau subtile de la femme, / Et ses frissons cruels et ses
parfums sournois... / Chair des choses! J’ai cru parfois étreindre une âme /
Avec le frôlement prolongé de mes doigts...








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